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Teatro: Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, 1882

Teatro: Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, 1882

Era verdad, o al menos era algo que yo ahora puedo creer. El teatro tiene magia. Me lo dijeron, y desconfié. ¿Qué podría ser mejor que ir al cine y disfrutar cómodamente de espectaculares efectos especiales o incomparables metáforas de la vida representadas en un medio audiovisual con infinitas posibilidades? Y quizás, no se trata de si es mejor o no, es diferente; pero sin lugar a dudas es una experiencia que hay que vivir, y repetir.

A lo largo de la historia vemos cómo, muchas veces, la toma de decisiones se ha definido por la mayoría, y la opinión pública parece terminar siendo un medio restringido de elección, sea en el 700 a.C. cuando la democracia de los griegos ya daba sus indicios de irrupción, en la década del ’40 con la terrorífica elección del pueblo alemán u hoy en día en los pequeños pueblos conservadores que persisten en mantener un sistema caducado, en algunos rincones del país. Esto es lo que intenta reflejar la obra, cómo la decisión de una mayoría, evidentemente equivocada de acuerdo a los principios de vida de la población, prefiere mantener en funcionamiento un negocio que sostenía al pueblo en ese momento pero que lo destruiría en el futuro.

Las decisiones pueden ser buenas o malas, es relativo a la situación, pero en este caso vamos a juzgarlo desde la postura del enemigo del pueblo; él, al final, estaba solo, iba en contra de la población, pero a la vez quería ir a favor. Su aporte, basado en rígidos fundamentos, no era de importancia moral para sus vecinos; su preocupación, su ayuda, ya dejaba de tener valor. Sus posibilidades de influencia estaban completamente limitadas; no podía hablarle al pueblo, no podía escribirles, no podía hacer nada, más que quedarse y ver su caída junto a la del pueblo, o irse y dejar todo atrás como si nunca le hubiera importado.

Cuando el poder es utilizado para manipular y corromper el sistema, las expectativas de vida de esa estructura social son limitadas. Cuántas veces hemos visto en nuestra historia los desastres sociales causados por gracia de la corrupción, basada en la censura y manipulación de los medios y en tantas otras cuestiones políticas que finalmente llevan a una reacción tardía del pueblo, que hasta que no ve el desastre, no lo siente en carne propia, no aprende, no cambia, no hace nada, después solo pide revolución, solo pide que "se vayan todos".

Nuestra humanidad se caracteriza por tener esos picos de presión constantes antes de llegar al justo medio, al punto de equilibrio, tan difícil de conseguir. Cuando llegamos al romanticismo y escapamos un poco de la rigidez racionalista; cuando llegamos a la revolución socialista y escapamos un poco, o demasiado, del capitalismo eje del neocolonialismo. Al enemigo del pueblo no le queda otra opción más que ver cómo la mayoría va a caer en su propia trampa, y aquello que parecía un futuro mejor, termina siendo peor de lo que podría haber sido gracias a la certeza de un ser admirable pero poco comprendido.

Si tengo que pensarlo personalmente, no hay dudas de que me sentí muy cerca de esa historia, una que vivo hace muchos años en la ciudad de dónde provengo. El primer impacto lo recibí cuando escuché el nombre del diario que tenían en aquella ciudad ficticia, La Voz del Pueblo, el mismo nombre que lleva el diario más vendido de mi ciudad; un diario que también es víctima del discurso político y que ayuda a mantener vivo un espíritu viejo y gastado llamado conservadurismo. La vida es bella si las rotondas están llenas de flores y árboles pequeños, si el palacio municipal está fantásticamente iluminado, si en las calles corren autos último modelo, si los turistas se van asombrados (aunque en realidad no sea así), y la vida es bella aun sin importar la pobreza, la falta de educación y los problemas de inseguridad de muchos sectores, que pasan a un segundo plano, cuando en realidad son la base de la construcción de una sociedad firme y con valores.

No me quiero seguir explayando sobre esta impresión personal, creo que es suficiente para decir que hoy en día estas obras de teatro, tan viejas pero tan vigentes, siguen teniendo un valor importantísimo para la conciencia y la construcción social.

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